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Textos acerca de Miguel Hernández

MIGUEL HERNÁNDEZ BASTOS VUELVE EL HUMO EN ARTE

"¿Quién sabe si esto no es lo más primitivo y lo más elemental", dice Miguel Hernández a la par de uno de sus dibujos trazados con llama y humo. "Así comenzó el arte en las cuevas: dibujando con antorchas y carbones sobre las paredes", añade.

Algo de la maestría de nuestros antepasados nos llega cuando vemos las 13 obras grandes y medianas que Hernández exhibe en el Centro de Estudios Brasileños : aquí hubo fuego y humo, y nos intriga saber cómo lo hizo.

La exposición Soplo de vida incluye ocho cuadros que presentan figuras humanas, y cinco son paisajes estilizados. Tres incluyen colores.

Viento y fuego. ¿Cómo trabaja Hernández? Toma una cartulina blanca y la coloca en un marco alto y horizontal, a modo de un "techo" bajo el que él se ubica. Enciende una vela y la acerca a la cartulina de manera que el humo (el hollín) de la mecha la tizne de negro o de tonos grises. El tono se aclara si el artista pasa rápidamente la vela por un lugar; si la detiene, es más obscuro pues el hollín se acumula.

Soplo de vida se hizo con humo, óleo y carboncillo.

Cuando se iniciaba en esta técnica, Hernández hacía un boceto con carboncillo sobre la cartulina, lo seguía con la llama y "pintaba" la obra. Sin embargo, el artista dibuja ya sin bocetos sobre las cartulinas, y ahora también sobre lienzos.

Un viento mínimo quizá altere la llama y cambie el trazo final. "La música genera vibraciones en el aire. Si oigo rock mientras dibujo, la llama se mueve más, o... ¿será que me lo imagino?", expresa Miguel Hernández.

Luego de dibujar-tiznar sobre la cartulina o el lienzo, Miguel pasa unos dedos, un borrador o un pincel para retirar el hollín de los lugares que desea aclarar. "Lo hago cada vez menos, y ahora casi no hay diferencias entre el trazo con la vela y la obra final", añade Hernández. A veces pasa un pincel con tinta para intensificar el color negro.

El hollín se borra cuando se lo roza levemente; por esto, al final, Miguel aplica un barniz con un atomizador y cubre la obra.

"Me habría gustado añadir color al hollín, pero es imposible porque el carbón es negro", lamenta el artista. La técnica que él emplea exige rapidez pues la lentitud ocasiona que la cartulina o el lienzo se quemen y se pierda el trabajo.

Danzas de vida. Algunos surrealistas, como Salvador Dalí , usaron aquella técnica, denominada sfumato o fumage . La emplea también el artista checo Jiri Dokoupil , con quien Miguel compartió una exposición en Nueva York. Sin embargo, Dokoupil no dibuja figuras, sino emplea las llamas para impregnar puntos y volutas que luego colorea.

"Yo soy profesor de dibujo en la Universidad Nacional, y en las clases practicamos durante tres horas: dibujamos piezas de un minuto cada una. Hacemos dibujos gestuales, en los que importa la expresión de la figura", detalla Hernández. Gran parte de su obra estiliza cuerpos y cabezas.

Miguel enfoca de perfil los cuerpos, tensos y curvos. "Ellos danzan, pero también reflejan la vida, otra danza, que nos arroja al movimiento con sus cambios constantes de felicidad o de angustia", precisa Miguel Hernández y añade:

–Yo dibujo de memoria, sin modelos, aunque, con los estudiantes de la UNA , practico mucho con modelos, que suelen ser alumnos de teatro y danza.

Sin embargo, desde hace muchos años, Hernández ejecuta también retratos figurativos al lápiz y al pastel. "En el dibujo académico, lo más difícil es lograr la soltura. La obra final quizá sugiera que es improvisada, pero no lo es", agrega el artista.

Algunas de las 13 obras son abstractas, como Naturaleza y los dos Nocturno de Chopin. En cambio, Tortuguero (humo, óleo y carboncillo) viaja a medio camino: a primera vista es una profusión de manchas negras sobre un fondo rojizo; a segunda vista, las manchas resultan ser cabezas, mas siempre rodeadas de una evanescencia: un aura gris que nos vibra en la imaginación.

Para Miguel, entre las figuras humanas y los paisajes hay fraternidad: "Recuerdo estas ideas orientales: el cuerpo es un paisaje interior porque las venas son ríos, los huesos son piedras...".

Los paisajes de Miguel Hernández son difuminados, casi simbólicos. Las crestas de las montañas se cruzan con las copas de los árboles, y todo se oculta vestido por la bruma.

–Yo nací en Santa Bárbara de Heredia, donde las tardes se nublan. Cuando yo era niño, había poca luz eléctrica, de modo que caminábamos en la penumbra –recuerda Hernández.

Dicho sea a propósito de "difuminación" y de "humo": ambas palabras derivan en fumus ("humo" en latín).

Fuga perpetua. Miguel Hernández Bastos nació en Heredia en 1961. A los 22 años era profesor de dibujo en la UNA. Después recibió una beca Fulbright que le permitió estudiar pintura en el prestigioso Instituto Pratt, de Nueva York, donde logró una maestría en arte. "En Nueva York permanecí durante siete años. Ahora soy catedrático de arte en la UNA", detalla Hernández.

Con 23 años, Hernández ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas, que se le concedió otra vez en 1992. Miguel integra el Grupo Bocaracá y ha expuesto obras desde 1984 tanto de manera individual como colectiva, dentro y fuera de nuestro país.

Hernández ha brindado más de 15 muestras individuales y ha participado de una veintena de exhibiciones colectivas.

Miguel pasará un mes en Turquía, invitado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Ankara para crear obras y exponerlas.

El crítico Efraín Hernández Villalobos ha dicho: "En Miguel Hernández, el humo responde a la idea del autor de tratar el tema de lo pasajero, de aquello que se nos escapa; de lo breve de la experiencia humana, de lo transitorio y frágil de la vida".

La tenuidad de las figuras de Miguel Hernández crea retratos de espíritus que están por fugar del lienzo. Al irse una mariposa, Juan Ramón Jiménez escribió: "solo queda en mi mano / la forma de su huida". Tal ocurre aquí.